No hacer NADA, ¿es perder el tiempo?




Llevo sentada dentro de una habitación acristalada, por lo menos 20 minutos. Dejé el libro olvidado, el móvil sin batería. Lo único que me queda por hacer es mirar hipnóticamente cómo la ropa aparece y desaparece entre la espuma. Llevo 20 minutos mirando el círculo de cristal que lanza sonidos graves. De vez en cuando suelta alguno agudo cuando un broche o un botón golpea contra él. Me genera ansiedad el sólo pensar que después de la colada tendré que echar a andar la secadora. ¿Qué puedo hacer? Estoy sola, el espacio es reducido como para caminar. Terminaría mareada. Me siento atrapada pensando en todo lo que podría estar haciendo.

Cada cambio de temporada me acerco con la ropa que voy a guardar y que es posible lavar al agua, a esas tiendas con lavadoras muy grandes. Siento que ahorro tiempo lavándola toda en una sola colada. Esta vez mi cabeza empieza a hacer el balance. El tiempo que ahorro, ¿hoy lo estoy perdiendo?
¿Por qué el no hacer nada lo percibimos como que estamos perdiendo el tiempo? ¿Por qué no lo sentimos cuando nos pasamos horas frente a una serie de Netflix o delante de las redes sociales?
Quedarme pegada al cristal de las máquinas me ha hecho ver que el no hacer nada nos ayuda a divagar, a pensar. Nuestra mente empieza a disparar. Vi figuras en cada movimiento del tambor, creé hombrecitos imaginarios que movían por detrás el andamiaje de la máquina, al puro estilo de la Edad Media. Recordé mi casa de infancia, cuando la lavandera llegaba todos los miércoles a preparar las ollas para hervir la ropa con jabón. Me acordé del olor de la ropa después de haber pasado por el proceso que sólo esa mujer sabía hacer. Reflexioné sobre el tiempo y decidí escribir estas letras que ahora lees. Un timbre me sacó de mi mundo y por un momento me di cuenta de que hace mucho no había vuelto a él.

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