Proyecto de Autoconstrucción




El jueves asistí a un congreso -Jóvenes, relaciones y bienestar psicológico- allí me encontré con una amiga que me contó que su hijo -el mayor- estaba rindiendo el último examen de Evau. Al final del día di un paseo y con los temas del congreso dando vueltas en mi mente pensé en esos chicos que más o menos con 18 años llegaron al límite final de la infancia y se convierten en jóvenes. Nada más llegar a esa etapa se les pide que decidan el camino que seguirán. A los 18 años la mayoría de chicos quiere ser normal y se camuflan encontrando esa igualdad en la moda. A los 18 años se les exige definir el inicio del camino que seguirán durante la vida adulta. Pensar en el futuro. Continuar ellos mismos con el diseño de vida que sus padres durante la infancia proyectaron.

Podemos pensar que todos hemos pasado por lo mismo, y es cierto. Pero me parece que en este momento de la historia, en el que el mundo cambia a una velocidad que es casi imposible de alcanzar, es más difícil pensar en el futuro y en quien eres, a la vez que diseñas tu propio ser.

Durante el año pasado trabajé unos talleres de autoconocimiento y habilidades blandas a través del arte con chicos universitarios de entre 18 y 25 años y pude darme cuenta de que el asombro y la admiración son componentes interesantes para este proceso.

Hay dos formas en las que se puede procesar ese sentimiento de admiración. Una es admirarnos de algo o de alguien, es tener despierto el asombro. Como los mismos jóvenes dicen: quedarse alucinado. Percibir algo que no acostumbramos, que nos saca de la rutina. La admiración de algo o de alguien -el asombro- nos deja abierta la puerta para el deseo de conocer. No da el mundo por supuesto, no permite que se instale la rutina. Esta es una actitud perfecta para enfrentar la vida y la etapa universitaria, para investigar y generar conocimiento nuevo.

Y la segunda es admirar algo o a alguien. Reconocer y aprobar a alguien que merece nuestra atención y en quien vemos actitudes que carecemos y que merecen la pena imitar. Encontrar un modelo que por su excelencia de vida nos merece la pena copiar.

El congreso al que asistí presentó estudios sobre condiciones de salud mental en jóvenes universitarios (entre los 18 y los 25  años) como depresión, consumo de alcohol y sustancias, suicidio y otros. Los índices que se mostraron no son bajos. Se dijo que un motivo por el que se detonan estas condiciones es la carencia de hábitos y de autoconocimiento.

Somos seres que estamos en permanente construcción pero para construir hace falta un plano, un modelo a escala. Hace falta formar al arquitecto y para eso los padres contamos con 18 años, luego pasamos a ser consultores.

Esto me deja la siguiente cuestión: Si un joven no sabe quien es, ¿podrá elegir un modelo a seguir? ¿Podrá llegar a asombrarse? ¿Cuáles son los modelos que tiene para elegir? En el abanico de posibilidades que se me ocurren, se tienen las redes sociales con sus influencers, los personajes que nos presenta la prensa con sus debates y debacles, las series y películas que más que modelos de excelencia presentan lo que mi profesora de literatura llamaría el antihéroe.

Estamos, además, en un momento en el que tenemos la posibilidad de construir un Avatar y vivir experiencias a través de él en una realidad virtual. Y si el futuro nos genera ansiedad, vivir a través de nuestro yo virtual nos da la posibilidad de quitar nuestra mente de un mundo que nos cuesta enfrentar.

Frente a esta situación merece la pena hacer una revisión al proyecto.

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