Dos palabras: Diversidad e Inclusión




Dos palabras: diversidad e inclusión.


Escribo desde la curiosidad, desde mi propia experiencia y desde lo que he podido leer y escuchar. Y no lo voy a negar: mi condición de mujer, latinoamericana, residente en un país europeo desde hace casi cinco años, mi color de piel (que, según ChatGPT, se parece al Pantone 7515C: un beige tostado o terracota suave), mi edad (paso los cincuenta)...y a lo mejor muchas otras propiedades que me identifican -que en este momento no las veo como "diferentes"- me dan cierta autoridad para hablar de esto.


Diversidad habla de diferencias juntas. De lo diferente agrupado. De un conjunto de diferencias que no se anulan ni se ignoran, sino que coexisten, se rozan, se reconocen. No es una mezcla caótica ni un desfile de identidades solitarias. Es convivir, es la naturaleza misma.


Un ejemplo precioso fuera del ser humano es el bosque maduro o biodiverso, como un bosque atlántico o una selva tropical: conviven miles de especies: árboles, hongos, insectos, aves, mamíferos…Cada una tiene un rol distinto: polinizan, descomponen, protegen el suelo, dispersan semillas. No se trata de competir para dominar, sino de coexistir y equilibrarse. No funciona “a pesar de” su diversidad, sino gracias a ella. Cada especie aporta algo que las demás no pueden. Ese bosque es un sistema vivo y armónico porque las diferencias no se borran, se integran.


Y nosotros, aunque a veces coincidamos con el grupo en muchos aspectos, seguimos teniendo nuestro propio “patrón de rayas”, como las cebras. Cada uno con su huella dactilar, con su forma única de mirar y expresar. Podemos vestir diferente, pensar diferente, hablar diferente, tener creencias diferentes... Eso no nos excluye. Nos define.


Ahora bien, la inclusión empieza desde ahí. Desde entender que cada quien tiene su lugar en el sistema. Y también desde lo más profundamente humano: la conciencia de que existimos porque el otro nos mira. Como dicen Arsuaga y Millás, somos fruto de la evolución, pero lo que nos hace humanos es reconocer que existimos como individuos mortales. Y esa conciencia del "yo" aparece cuando nos vemos en el espejo del otro. “Te tienes que poner en el lugar del otro para verte a ti.” Esa frase me resuena.


Nos construimos en relación al otro. Aprendemos por narraciones, por los cuentos que nos hacemos cuando nuestro cuerpo siente, descubre, y experimenta. Generamos realidades y nos valemos del lenguaje para comunicarlas. Uno de los primeros medios que utilizamos es el arte.


La obra de arte es espejo: primero refleja la mirada del artista. Luego, cuando el espectador se asoma, lo que encuentra es su propia mirada reflejada. Esa posibilidad de mirar(se) abre la puerta a lo que Heidegger llama la “habitación propia”. Ese espacio íntimo al que nadie más puede entrar, sólo uno mismo, donde reflexionas sobre las experiencias a las que prestaste tu atención. 


Ahí está el valor del arte, de la literatura, de los clásicos: nos recuerdan que, a pesar de todos los avances, seguimos siendo humanos. Siempre habrá amor, amistad, compasión, envidia, juicio, egoísmo, ternura... Da igual si estamos en una cueva o en un metaverso.


Pienso que para sobrevivir como especie, lo que nos queda es seguir mirando al otro. Pero no a su “envoltorio”, sino a la persona que habita dentro. Y sólo buscando el bienSer, alcanzaremos el bienEstar en la familia, en la empresa, y en cualquier espacio que compartamos.


Como el bosque. Como la selva tropical.

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