Los cuatro juanes

 

Gumpp, Johannes. 1646, Uffizi Gallerie

Algo tiene esta pintura que, desde la primera vez que la vi, se quedó impresa en mí. No en los ojos, sino más adentro. Era adolescente cuando me crucé con el autorretrato de Johannes Gumpp y, casi al mismo tiempo, cayó en mis manos una antología de cartas escritas por Albino Luciani —sí, el que fue fugazmente Papa como Juan Pablo I— dirigidas a personajes históricos y ficticios. Ilustrísimos Señores se llama la obra.


¿Coincidencias? Una de esas cartas era para Mark Twain. En ella, Luciani cita esta reflexión del escritor estadounidense:


“Mirad a un Juan cualquiera. En él se da el primer Juan, el que él cree ser; un segundo, lo que los otros piensan que es; y, finalmente, un tercer Juan: el que realmente es.”


Lo que resonó en mí al mirar la pintura fue justamente eso. Los tres Juanes. Además, Johannes no es otra cosa que Juan. ¿Otra coincidencia?


En el cuadro, Gumpp se pinta a sí mismo de espaldas mientras observa su reflejo en un espejo. A un lado, el lienzo donde está trazando su rostro.

Ahí están los tres Juanes de Twain:


El primero, el del espejo.

Es la imagen que construimos de nosotros mismos: amable, indulgente, a veces engañosa. Hay que recordar que este autorretrato fue pintado en 1646. Los espejos de entonces eran opacos, imperfectos, y la luz en los interiores era escasa. Nada que ver con los reflejos nítidos que hoy nos devuelven los espejos modernos… o las cámaras.

Aun así, seguimos cayendo en lo mismo: mirarnos con afecto, exagerar virtudes, minimizar errores.


El segundo Juan es el que se muestra a los demás. El que construye su identidad.

Gumpp lo pinta sobre el lienzo. Ese rostro que él mismo quiere dejar como huella. Me llama la atención un detalle casi imperceptible: en la parte alta de la obra que pinta, el artista ha dejado un papel diminuto donde se lee su nombre: Johannes Gumpp. No se ve en la mayoría de las reproducciones. ¿Por qué lo hace? Yo imagino que es una forma de recordarse quién es. De no perder el norte mientras se retrata. De afirmarse frente a la mirada de los otros.

Ese gesto anticipa algo muy contemporáneo: el filtro, el encuadre, el selfie. La necesidad de construir una imagen que guste, que funcione. Que encaje.


El tercer Juan es el más esquivo: el que realmente somos.

Ese que se nos escapa incluso cuando nos miramos al espejo. Es el que se ve de espaldas en la pintura. Un ángulo incómodo, ciego. Gumpp nos obliga a observarlo así: desde afuera, sin poder mirarle a los ojos. Nos pone en la piel de quien intenta verse pero no se alcanza.

Este tercer Juan me lleva directo al terreno del autoconocimiento. A ese esfuerzo por ver lo oculto, por observarnos a cierta distancia, por ponerle nombre a lo que no solemos mirar.


Y entonces aparece lo inesperado. Un cuarto Juan.

El hacedor. El que observa a los tres anteriores.

El verdadero Johannes Gumpp.

El pintor que decide cómo mostrarse. El que sabe lo que hay frente al espejo, lo que traza en el lienzo y lo que deja ver de su espalda. Ese cuarto Juan es el que actúa. El que elige. El que se atreve a mirar(se).


¿Y si te pusieras tú en su lugar? ¿Serías capaz de distinguir a tus tres Juanes?


Mientras escribo esto, me doy cuenta de algo más: también la pintura tiene sus propios Juanes.


— Está la obra real, la que Gumpp pintó hace siglos. La que aún no he visto con mis propios ojos. Esa sería su “primer Juan”: la obra original, con sus texturas, sus proporciones, su luz, su peso físico.

— Luego están las reproducciones imperfectas que han llegado hasta mí. Fotos, libros, pantallas. Cada una muestra la obra de forma distinta. Colores cambiados, detalles que desaparecen. Este sería el “segundo Juan”: la imagen que recibimos del cuadro.

— Por último, está la pintura que habita en mi memoria. La que he construido con los años, a través de esas imágenes, pero también de lo que me ha hecho pensar y sentir. Esa sería el “tercer Juan”: una interpretación íntima, subjetiva, personal.


Quizás —cuando por fin vea la pintura original— descubra que no se parece a ninguna de las otras.

Y aun así, todas serán verdad. Como nosotros. Como nuestros Juanes.

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