El arte de no encajar

 


Howard Gardner propuso que no hay una sola inteligencia, sino múltiples formas de ser inteligente. Cada persona combina estas inteligencias en distinto grado. Gardner rompe con la idea de un único “cociente intelectual” y defiende que todas estas inteligencias (él define ocho) tienen valor, dependiendo del contexto y el uso que se les dé. Si me apoyo en esta teoría, podría afirmar que mi inteligencia es primordialmente espacial -fundamentalmente mi pensamiento se basa en imágenes- y lingüística. 


Como mi nivel de inteligencia lógico-matemática es el mínimo indispensable para haber aprobado las exigencias académicas que el título de arquitecta exige, intentaré basarme en la palabra y la imagen para resolver una curiosidad matemática que me ronda desde que era una niña en el colegio.


Cuando empezamos a estudiar los números naturales y las divisiones, nos encontramos de cara con los números primos. Mi imaginación de niña me hizo pensar -y sigo con esa idea- de que son números solos, sin amigos, sin nadie con quien contar. Son como los "raros del grupo" por que sólo pueden dividirse entre sí mismos y el uno. Alguna vez compartí mi inquietud con un amigo ingeniero y lo que logré extraer de su explicación inentendible para mí, es que los números primos son los números puros. Los relacioné inmediatamente con la palabra pureza. Y la palabra pureza me lleva a pensar en lo sagrado.


Los números primos parecen surgir sin patrón aparente, pero están regidos por una misteriosa lógica profunda. No sabemos exactamente cómo se distribuyen, pero sabemos que lo hacen con cierta regularidad en medio del caos. Como si un poeta invisible hubiera sembrado pequeñas luces en la infinitud de los números.


Más adelante, cuando he pensado en los números primos pienso en el silencio. Los primos habitan el paisaje infinito de los números como presencias aisladas. No hacen ruido como los múltiplos, que se repiten, que resuenan en coro. Los primos son una especie de silencio matemático, no porque no digan nada, sino porque lo que dicen no se puede predecir. Tienen el arte de guardar secretos. Como cuando aparecen los silencios en el pentagrama musical. La pausa en el tiempo. No sabes cuándo aparecerá el próximo, ni por qué. Solo sabes que, de pronto, está ahí, como una revelación o un momento para procesar, para entrar en ti y encontrar eso que está en secreto.


Un número primo no se deja dividir, no se deja partir. No se reparte. Para conocerlo, hay que mirarlo en sí mismo, no en relación a los otros. Es una figura de contemplación, como una roca en el desierto. Contemplar la secuencia de primos es como mirar el firmamento: hay estructura, pero es invisible, misteriosa. Cada primo es una pregunta.


Los números primos son los “raros” del sistema numérico. No siguen las reglas comunes, no son parte de familias fáciles. No encajan. Pero fundan. Como ciertos seres humanos que no se integran al grupo, pero desde su marginalidad aportan luz, novedad, caminos. Son los "out of the box", pero dentro de la esencia.


Podríamos decir que los números primos son como los solitarios lúcidos: no hacen bulla, no encajan en ningún molde, pero son la base secreta sobre la que se apoya todo lo demás. Como algunos versos, como ciertos silencios, como un faro. Me gusta pensar en los faros como la soledad que ilumina, con centro propio. Artefactos que con la belleza de su luz sirven a quien necesita su guía en la inmensidad del mar.


Un número primo, como una obra de arte contemporáneo, no se deja traducir fácilmente. No está hecho para encajar en fórmulas previas, no se reproduce en masa. Exige una mirada distinta, una pausa, un descentramiento. Como una pieza de arte conceptual, no se comprende enseguida. Tiene algo de enigma, de provocación, de resistencia al consumo rápido. No “sirve” para algo directo, pero es esencial. Te cuestiona, te reta con preguntas.


Los primos son como los artistas: no forman parte del sistema aparente, pero su sola existencia cuestiona el orden y, a la vez, lo funda. Finalmente, podría decir que un número primo es una obra de arte viva dentro del lenguaje matemático. Una que no grita, pero que hace pensar.


Y quizás por eso me atraen tanto. Porque creo profundamente en ese espacio donde lo extraño se vuelve revelación, y lo que no encaja es, precisamente, lo que más ilumina. Cada número primo, como cada ser humano, necesita ser mirado en su singularidad. No para encajar, sino para comprender su valor único. En Präsenz, trabajamos con esa mirada: pausada, sin juicio, abierta al misterio. Porque la verdadera educación —como el arte, como los primos— no busca producir copias, sino despertar presencias.

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